El marco histórico de Pilas, pueblecito del sector occidental del Aljarafe sevillano, situado a unos treinta kilómetros de la capital, con unos oncelmil habitantes aproximadamente, pertenece al partido judical de Sánlucar la Mayor. La Iglesia comenzó a desmarcarse del nacional catolicismo, a mirar al mundo obrero y a preocuparse de la población más desfavorecida. En los dos Seminarios Menores, ambos equipos estaban pendientes de que se concluyera el Seminario de Pilas, porque todo el mundo auguraba que sería un lugar espléndido y una construcción privilegiada para aquellos tiempos. Miguel Artillo viajaba continuamente a Pilas con don Fernando Barquín. Llevaba el control de todo lo que se hacía y tenía mil proyectos sobre la utilización de las instalaciones. Se diría que había hecho de Pilas la razón de todo su futuro.
Y, en efecto, al terminar el curso, el Cardenal indicó que el equipo de San Juan se hiciera cargo del Seminario de Pilas, que estaba a medio hacer, y que el equipo de Sánlucar continuara allí hasta nueva orden. Fue un curso dificl, porque las instalaciones no se podían utilizar y todo presentaba inconvenientes para el pleno funcionamiento.
Y, en efecto, al terminar el curso, el Cardenal indicó que el equipo de San Juan se hiciera cargo del Seminario de Pilas, que estaba a medio hacer, y que el equipo de Sánlucar continuara allí hasta nueva orden. Fue un curso dificl, porque las instalaciones no se podían utilizar y todo presentaba inconvenientes para el pleno funcionamiento.
A pesar de que quedaba mucho por hacer y de que casi todo estaba aún a medias, la vida al aire libre, las nuevas clases, la capilla, un campo de futbol, otro de baloncesto y uno de futbito eran más que suficientes para llenar los tiempos de recreo de los cien chavales que se albergaban en el edificio.
El Cardenal venía con frecuencia a visitar las instalaciones y a a ver la marcha de las obras, lo visitaba todo, la vaquería, la granja, hablaba con los empleados y lo preguntaba todo. Ciertos negocios de venta de ganado y productos hortícolas los negociaba Damián, el padre del administrador, don Manuel Lora Pérez.
El Cardenal venía con frecuencia a visitar las instalaciones y a a ver la marcha de las obras, lo visitaba todo, la vaquería, la granja, hablaba con los empleados y lo preguntaba todo. Ciertos negocios de venta de ganado y productos hortícolas los negociaba Damián, el padre del administrador, don Manuel Lora Pérez.
Al terminar el curso, la obra estaba terminada y quedaban sólo algunos detalles por finalizar. El edificio presentaba una bella estructura, donde predominaba la línea recta. No había un solo arco ni una sola curva en toda la edificación. Lo que más sobresalía era la estilizada torre que contaba con un carrillón que lanzaba al aire las melodías acampanadas a la hora del ángelus y por la tarde.
Un claustrillo exterior recogía todo el edificio. El lugar más recoleto era el patio estructurada por la parte del comedor, habitaciones de los profesores, la biblioteca y el salón de actos.
Una fuentecilla de piedra remataba el entorno con jardines y una vegetación exuberante.
El resto del conjunto había que verlo integralmente para darse cuenta de lo que había querido lograr el arquitecto, una especie de pequeña ciudad de los muchachos. En el centro de la construcción, se encontraba la capilla, un formidable templo, que tenía el acceso con un pórtico de piedra y, por un plano inclinado, se llegaba a un gran muro final de adoquines de granito, donde se encontraba el altar mayor, un Cristo Crucificado y una imagen de piedra natural de la Virgen de Belén.
El mismo arquitecto Barquín explicaba que había querido concebir el templo como un gran portal de Belén, al que confluían todos los planos y muros. Sobre la mesa del altar había un gran panel para iluminar todo el lugar de las celebraciones.
Un claustrillo exterior recogía todo el edificio. El lugar más recoleto era el patio estructurada por la parte del comedor, habitaciones de los profesores, la biblioteca y el salón de actos.
Una fuentecilla de piedra remataba el entorno con jardines y una vegetación exuberante.
El resto del conjunto había que verlo integralmente para darse cuenta de lo que había querido lograr el arquitecto, una especie de pequeña ciudad de los muchachos. En el centro de la construcción, se encontraba la capilla, un formidable templo, que tenía el acceso con un pórtico de piedra y, por un plano inclinado, se llegaba a un gran muro final de adoquines de granito, donde se encontraba el altar mayor, un Cristo Crucificado y una imagen de piedra natural de la Virgen de Belén.
El mismo arquitecto Barquín explicaba que había querido concebir el templo como un gran portal de Belén, al que confluían todos los planos y muros. Sobre la mesa del altar había un gran panel para iluminar todo el lugar de las celebraciones.
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