Ya están encendidas las luces que nos hablan de la inminente llegada de la Navidad y nos ayudan a distinguir el camino a recorrer. También en el interior de cada persona, se enciende esa luz, esa voz interna nos avisa que es tiempo de preparación, de ilusion, y de esperanza para recibir al niño que llega y que nos pide un nuevo y firme planteamiento para rellenar los baches que abrimos con nuestros fallos, deficiencias y apatías; para enderezar lo torcido de nuestros senderos, rebajando y allanando los montículos de nuestra soberbia, prepotencia y vanidad...
Acudimos a Santa María, la Madre. Ella nos sale al encuentro en esta fiesta bellísima y entrañable de su Inmaculada Concepción, que hoy le obsequiamos con nuestro cariño, con nuestra oración sencilla, humilde y sincera; con nuestras peticiones y deseos, sin miedos, abriendo nuestros corazones y dando testimonio real de justicia, de rectitud, de autenticidad y eficacia, volcandonos en las posibilidades sobre todo de quienes carecen de todo, hacia quienes sufren, de verdad, los efectos de la crisis, no sólo de la económica, sino también espirituales, familiares o sociales...
Disfrutemos todos de la belleza, de la paz y del encanto que se esconde en las cosas pequeñas, en las figuritas del Belén, en la sencilla alegría de los villancicos, en el brillo de las estrellas, en los ojos brillosos de los niños que captan fielmente los reflejos de la luz para alcanzar su plenitud el dia de Navidad. Tenemos que sumegirnos en esa paz que los ángeles cantaron ante el Niño-Dios, que ese día econtraremos "envuelto en pañales y recostado en un pesebre".
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