La liturgia del Domingo de Ramos celebra la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, pero pone especial atención en lo que le espera dentro de pocos días, el sufrimiento, el dolor y la ignominiosa muerte de la crucifixión.
Esos gritos que vitoreaban, se convertirán en gritos pidiendo la muerte para el impostor, que sin embargo ofrece voluntariamente la vida, como muestra de amor al mundo y perdón a los hombres.
Ese perdón se hace realidad hasta en los que estaban más cerca de Él, ya que un discípulo le negó y otro le entregó para sufrir la horrenda muerte en la Cruz.
Jesús como hombre, acepta voluntariamente su Pasión y Muerte, porque así redimirá al mundo de los pecados y conseguirá el triunfo de la Resurrección, asegurándonos que resucitaremos con Él.
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